Clayton Kershaw y Max Scherzer, dos nombres que hoy suenan con peso de Salón de la Fama, volverán a encontrarse en la Serie Mundial 2025, ahora vistiendo los uniformes de Dodgers de Los Ángeles y Azulejos de Toronto. Pero antes de convertirse en referentes de una generación, hubo un día en que apenas eran dos promesas, lanzando sin saber que estaban escribiendo el primer capítulo de una historia compartida.
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Todo comenzó el 7 de septiembre de 2008, en el Dodger Stadium. El público había comprado boletos esperando ver a Greg Maddux contra Randy Johnson, un duelo de gigantes con más de 600 victorias combinadas. Pero el destino y las decisiones de los mánagers cambiaron el guion. Johnson fue descartado por molestias en la espalda y Maddux fue movido en la rotación. En su lugar, subieron al montículo dos jóvenes: un zurdo de 20 años llamado Clayton Kershaw y un diestro de 24, Max Scherzer.
El día que el futuro tomó el montículo
Vin Scully, la voz eterna de los Dodgers, fue quien lo resumió mejor aquella tarde. “Los planes mejor trazados de ratones y hombres”, dijo al aire, recordando que lo inesperado también puede ser memorable. Y lo fue. Scherzer, en apenas su cuarta apertura en Grandes Ligas, ponchó a once bateadores. Kershaw resistió cuatro entradas, permitió tres carreras y dejó ver el talento que después dominaría la Liga Nacional por más de una década. Los Dodgers ganaron 5-3, pero el verdadero resultado fue otro: la historia había cambiado de protagonistas.
Años después, repasando aquel juego, ni los periodistas ni los directivos recordaban que los fanáticos habían ido al estadio esperando otro duelo. Joe Torre, entonces mánager de los Dodgers, había decidido adelantar a Kershaw por motivos tácticos. Johnson, por su parte, ya estaba resentido de la espalda. Lo que parecía una rotación ajustada se convirtió en un símbolo del relevo generacional que estaba ocurriendo en silencio.
Hoy, 17 años más tarde, Kershaw y Scherzer siguen en el centro de los reflectores, cada uno con más de 200 victorias, múltiples premios Cy Young y un lugar casi asegurado en Cooperstown. Aquella tarde de septiembre de 2008 ya no es solo una anécdota curiosa: fue el punto de partida de dos carreras legendarias que, como pocas veces sucede, siguen cruzándose al más alto nivel del béisbol.