La derrota 6-3 ante Colombia sumada a la victoria de Bolivia ante Brasil, no solo sepultó las esperanzas mundialistas de La Vinotinto, sino que expuso con crudeza las grietas de una gestión que nunca encontró rumbo. Fernando “Bocha” Batista llegó con promesas de renovación, estructura y competitividad. Lo que entregó fue una selección sin identidad, sin equilibrio táctico y sin carácter en los momentos decisivos.
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El marcador abultado frente a Colombia no fue un accidente: fue el desenlace lógico de un proceso errático, donde los errores defensivos se repitieron jornada tras jornada, y donde el discurso motivacional jamás se tradujo en resultados sostenibles. Venezuela terminó octava, fuera del repechaje, con una de las peores diferencias de gol del torneo.
El espejismo del proyecto Batista
Batista fue uno de los técnicos mejor pagados de las Eliminatorias, con un salario estimado en 2,6 millones de dólares anuales. ¿Qué se compró con esa inversión? Un equipo que apenas sumó 18 puntos, que no ganó un solo partido de visitante y que mostró una alarmante fragilidad emocional. La Vinotinto de Batista nunca tuvo una propuesta clara: ni ofensiva ni defensiva. Fue una selección reactiva, improvisada, que dependía de chispazos individuales como los de Soteldo o Telasco Segovia.
La falta de planificación quedó evidenciada en las convocatorias, en los cambios sin sentido y en la ausencia de un relevo generacional sólido. Los jugadores que brillaron lo hicieron por mérito propio, no por un sistema que los potenciara.
Comparaciones que duelen
Es inevitable comparar esta Vinotinto con las de Richard Páez o César Farías. Aquellos equipos, con menos recursos, ofrecían una idea de juego, una identidad. La de Batista fue una sombra, una caricatura de lo que pudo ser. Ni siquiera el nuevo formato de Eliminatorias, más generoso en cupos, logró maquillar el fracaso.
¿Y ahora qué?
La Federación Venezolana de Fútbol debe rendir cuentas. El ciclo Batista deja la vara peligrosamente baja. Si el próximo técnico logra tres puntos de visitante, ya habrá superado al argentino. Venezuela merece más que discursos vacíos y promesas incumplidas. Merece un proyecto real, con visión, con coraje y con respeto por su historia y su afición. Porque lo de Batista no fue solo una eliminación: fue una traición al sueño de millones.