Los jugadores de la Selección Sub 20 de Chile, visiblemente afectados y creyéndose eliminados ante la derrota conta Egipto (2-1), rompieron en llanto en la cancha, reflejando la enorme presión de jugar un torneo de gran magnitud, como lo es el Mundial, siendo anfitriones.
Un empate total que forzó la estadística
El contexto de este agónico final fue un triple empate en la cima de la tabla del Grupo A. El resultado adverso dejó a Chile y a su rival africano igualados en todos los criterios de desempate tradicionales de la FIFA: puntos, diferencia de gol, goles a favor y goles en contra.
Este inusual escenario obligó a recurrir a una métrica que pocas veces define una clasificación en un Mundial: la regla del Fair Play, que premia a la selección con mejor conducta disciplinaria.
Santa conducta salvadora
Minutos después de la derrota, cuando la tristeza era total, el cuerpo técnico y los jugadores chilenos recibieron la noticia que transformó el llanto en euforia. ¡Estaban clasificados! La clave fue la contabilización de las tarjetas amarillas recibidas a lo largo de los tres partidos de la fase de grupos.
Chile demostró ser más disciplinado, acumulando tan solo cinco tarjetas amarillas. Egipto, por su parte, sumó siete tarjetas amarillas.
La diferencia de dos amonestaciones fue suficiente para que, según el reglamento, Chile se asegurara el segundo puesto del Grupo A y su pase directo a los octavos de final. Este desenlace estadístico y completamente inesperado resalta la importancia de la disciplina en el fútbol moderno, donde cada infracción puede tener un costo mucho mayor que un simple tiro libre. Egipto, pese a la victoria y el empate total de puntos, deberá esperar a la definición del resto de los grupos para saber si avanza como uno de los cuatro mejores terceros del campeonato.