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Los incendios forestales que azotan Los Ángeles han dejado un impacto devastador, causando al menos cinco muertes, 130,000 evacuados y la destrucción de más de 2,000 edificaciones. Estas llamas han alcanzado niveles históricos de devastación debido a tres factores clave: los vientos de Santa Ana, la insuficiencia en el suministro de agua y las consecuencias del cambio climático.
Uno de los principales detonantes de la propagación de los incendios son los vientos de Santa Ana, que alcanzan velocidades de hasta 161 kilómetros por hora. Estos vientos secos eliminan la humedad de la vegetación, lo que facilita tanto el inicio como la rápida expansión de las llamas.
Además, las condiciones ventosas impiden el uso de apoyo aéreo, como aviones y helicópteros, lo que limita las estrategias de combate al fuego a nivel terrestre. Este fenómeno, típico de la costa oeste de Estados Unidos, suele intensificarse entre septiembre y mayo, complicando aún más los esfuerzos de los equipos de emergencia.
Asimismo, la falta de agua adecuada ha sido otro desafío significativo para los bomberos, debido a que el uso de aeronaves está restringido por las condiciones climáticas, los equipos dependen exclusivamente del sistema de hidrantes urbanos, que no está diseñado para incendios de esta magnitud.
A su vez, el cambio climático ha exacerbado la vulnerabilidad de la región a los incendios, estudios indican que el calentamiento global ha intensificado fenómenos como el "latigazo meteorológico", un cambio súbito entre condiciones extremadamente húmedas y secas.
En los últimos años, California experimentó lluvias intensas que favorecieron el crecimiento de vegetación, pero estas plantas ahora están completamente secas y altamente inflamables. Según los científicos, el cambio climático no solo aumenta la frecuencia de estos eventos, sino también su intensidad, lo que agrava el riesgo de incendios en zonas como Los Ángeles.