En los últimos años ha tomado fuerza una problemática delicada dentro del beisbol de desarrollo: la utilización de sustancias prohibidas en jóvenes prospectos por parte de ciertos dueños de academias. Estas prácticas, aunque buscan otorgar ventajas inmediatas en fuerza, velocidad o rendimiento físico, terminan dejando secuelas profundas tanto en la salud como en la proyección profesional de los jugadores.
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El fenómeno conocido como los “muñecos armados” refleja esta realidad. Muchos peloteros, bajo la presión de destacar rápidamente para alcanzar un preacuerdo con una organización de MLB, son inducidos al consumo de sustancias que aceleran su desarrollo físico de manera artificial. En el corto plazo, logran exhibir herramientas llamativas, como fuerza desproporcionada o mayor potencia en el bate, pero todo se desvanece una vez dejan de inyectarse.
Las consecuencias son claras y medibles
- Pérdida drástica de peso, llegando a bajar hasta 25 libras en menos de un año.
- Disminución en el rendimiento defensivo, pasando de tener un brazo fuerte a no poder ejecutar un tiro sólido a la inicial.
- Caída en el poder ofensivo, con hasta un 10% menos en la velocidad de salida de los batazos.
Este ciclo no solo perjudica directamente la carrera del pelotero, sino que también afecta la credibilidad de las academias y erosiona la confianza de las organizaciones que invierten en jóvenes talentos. Más grave aún, expone a adolescentes a riesgos de salud irreversibles, en una etapa en la que deberían priorizar el desarrollo limpio, la disciplina y la formación técnica.
La problemática exige atención y control inmediato. Más allá del brillo efímero que ofrecen estas prácticas, el beisbol necesita preservar su esencia: el talento genuino, el esfuerzo sostenido y la evolución natural de los jugadores. La verdadera grandeza de un prospecto no se mide en el atajo, sino en su capacidad de crecer y alcanzar su máximo potencial de manera legítima.