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La Vinotinto

Pedro Acosta, la primera gloria en Eliminatorias

Por Meridiano

Lunes, 23 de noviembre de 2020 a las 06:43 am

Samuel Aldrey / @SamuelAldrey

 

Era el minuto 24, nadie pudo predecir lo que iba a suceder. Detrás del banderín de córner, al frente de un recoge pelotas guarecido detrás de una valla, se vio como Félix Gutiérrez desde un tiro de esquina enviaba el balón al área y como se elevaba desde el segundo palo Pedro Acosta.

Hay que dejarlo ahí en ese instante mientras aún está suspendido en el aire y a punto de dar un frentazo al balón para contar la historia: el relato de un gol por un chamo de 20 años que jugaba por jugar nomás, como el pájaro canta sin saber que canta.

Para la clasificación a la Copa del Mundo de España 82’, Venezuela inicia aquel espinoso camino en el año 81’, donde compartiría grupo con Brasil y Bolivia. Ese proceso fue dirigido por un uruguayo “guerrero”, de esos que viven el fútbol desde el vientre materno, el entrenador Walter “Cata” Roque.

Fue un 15 de marzo de 1981 en el tercer partido clasificatorio. Venezuela ya había probado el amargo sabor de la derrota contra Brasil (0-1) y ante Bolivia (3-0). Era para la prensa el partido de revancha en el Olímpico tras perder en La Paz, pero mientras la selección viajaba en autobús rumbo al estadio la gente iba con la camiseta de de Brasil o de Argentina, no iban a apoyar la gesta, solo querían ver fútbol y para Pedro Acosta aquello era un indicio de lo que pensaba “para llegar a un Mundial falta mucho”.

Al llegar al Olímpico el equipo de “Cata” se somete a la rutina del camerino: tan pronto como llegan se descalzan, se colocan los botines, la camiseta vinotinto y los shorts blancos, y salen al césped a calentar.

A penas se asoman, el estadio Olímpico se descose con la cantidad de gente que vino a verlos. No cabe nadie y las camisetas de Brasil terminaron siendo pocas. Aquello fue un hervidero de más de 10 mil personas y junto a ellos el presidente Luis Herrera Campins. Al pisar la cancha se emocionan al contemplar aquel espectáculo y regresan al vestuario.

Dentro, el preparador físico, Andres Paradi enciende a gritos el vestuario: “¡vamos!, ¡vamos! ¡Que en diez salimos!” En instantes todos ya tienen listo el uniforme para volver a salir a aquel coliseo.

Ese día se jugaron la vida. El propio Acosta relata el ambiente y la expectativa: “sabíamos que teníamos que buscar la victoria para tener una esperanza de llegar a Brasil con vida. Teníamos esa revancha en casa y asumimos la responsabilidad de jugar un partido a tope y la jugada que preparamos salió”.

La derrota era la sombra que acompañaba a la selección, fiel amiga ella. Aunque esta vez, ni se le vio, pero el equipo no sabía eso y tampoco lo podía saber él, que iba a meterles un frentazo a los bolivianos.

El Olímpico era un monstruo con las gradas llenas, una bestia imponente. Del oscuro túnel hacia la cancha se enfilaron los once hombres que harían historia: Vicente Vega, Emilio Campos, Pedro Acosta,William Salas, Carlos Marín, Víctor Filomeno, Nicola Simonelli, Félix Gutiérrez, Pedro Febles, Bosetti e Iván García.

Aquellos hombres cantaron las líricas del himno nacional a pecho pelado con gallardía. Así también iniciaron el partido lleno de valentía y con las ganas de demostrar que podían ganar.

Victor Filomeno manda el primer aviso desde un tiro libre que pasa zumbando por el primer palo. Pedro Febles, desde fuera del área, también lo intentó en los primeros compases, pero el balón se fue por arriba. Iván García desperdició un mano a mano ante Jiménez. Los del altiplano estaban perplejos. 20 minutos a la ofensiva, 20 minutos infernales, pero sin la llegada del gol.

Se preveía aquel dagazo que da el dicho “jugamos como nunca, perdimos como siempre” que deja solo tristeza, una desazón mayúscula de una nueva muerte y la compañía de nuestra amiga la derrota.

Pero este equipo no iba a perder. Esta vez no; en el minuto 24, Félix Gutiérrez tomó el balón y lo coloca, con picardía, un poquito delante de la línea blanca del córner. El árbitro suena el silbato, una alarma que avisa al área que se viene una bomba que va caer en el segundo palo.

Pedro Acosta la ve venir con una parábola perfecta; lo mide y pega un salto de un metro para conectar un frentazo. El balón desde su cabeza traza una trayectoria recta hacia la esquina superior del arco; el arquero Jiménez se queda con los brazos caídos y los tacos enterrados en la grama no le dejaron volar para atajar semejante cabezazo que entró en el arco para inflar las mallas y la garganta de los miles de aficionados, del presidente de la nación y de los jugadores.

Por un instante se descuajan todas las penas e incluso aquellos que llevan la camiseta de Brasil reciben una descarga de felicidad rotunda, plena, absoluta; una alegría que solo ofrece el fútbol y que nadie le puede quitar a Pedro Acosta: un gol que lo hace inmortal en un momento dado, el 15 de marzo de 1981.

“Fue una jugada de laboratorio que se practicó en la concentración de Valencia. No fue improvisada como la gente cree eso se prepara, se entrena. Me tocó ir al segundo palo, salté y cabeceé”, relató el defensor de larga melena.

Cuando acabó el partido la euforia se apoderó de los aficionados que ondearon las banderas, soltaron globos al cielo y aquello fue una locura. Todos los jugadores se abrazaron en el campo; Herrera Campins en el palco sonreía ante la gesta y dos aficionados se metieron al campo con la bandera de Venezuela. Fue la primera victoria de Eliminatorias, los primeros tres puntos ganados con la frente de Pedro Acosta.

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