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El pasado 21 de abril, la muerte del papa Francisco, a sus 88 años, motivado a un derrame cerebral; marcó el inicio de uno de los momentos más importantes de la Iglesia Católica: El cónclave.
Las miradas del mundo se encuentran fijas en la Santa Sede, cuando a primeras horas de la mañana se han congregado 133 cardenales del mundo, quienes después de cumplir con el protocolo eclesiástico han ingresado en la Capilla Sixtina, donde tendrá lugar la votación del sucesor del papa.
La duración
En general, la duración del cónclave varía según las circunstancias, en esta ocasión se espera que sea un proceso rápido. Aunque en otros momentos, se ha extendido por dos o tres días.
Durante los años se han empleado tres métodos para el cónclave, ya sea la aclamación, el compromiso y el escrutinio. Sin embargo, los dos primeros han sido reemplazados, quedando de manera única el escrutinio.
El proceso
Se trata de un ritual minucioso, en el que se le entrega una papeleta a cada cardenal con su candidato y abajo debe escribir la frase en latín “Eligo in Summum Pontificem” (elijo como sumo pontífice). De acuerdo al orden, cada uno se acerca al altar, donde depositará la boleta en un cáliz, representando un acto solemne.
El conteo
La elección es secreta, pero el conteo de los votos es público. Además, existen prohibiciones como, por ejemplo, un cardenal no puede votar por sí mismo.
Para ser elegido como nuevo papa, debe lograr el apoyo de dos tercios de los votos en el cónclave. En caso de no tenerlo, se repite la votación ese mismo día.
La Fumata
El proceso finaliza con la proclamación del nuevo papa y en ese momento, emerge el humo blanco de la chimenea y se producen las campanadas de San Pedro. Posteriormente, el cardenal diácono de mayor rango, junto a dos sacerdotes suben al balcón central de la Basílica de San Pedro y anuncian la frase “Habemus Papam” (tenemos papa).