Roberto Clemente, el inmortal jugador puertorriqueño, es recordado por su talento en el beisbol y su compromiso social. Pero más allá de los números y los récords, existe una historia menos conocida que revela la calidez y humildad que caracterizaban al "Grande".
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Esta anécdota, recordada por el periodista Nelson de La Rosa para la web de la Confederación de Beisbol Profesional del Caribe (CBPC), ocurrida durante la Serie del Caribe de 1970 en Caracas, Venezuela, nos muestra un lado de Clemente que trasciende el estrellato.
En 1970, cuando Roberto Clemente era una de las estrellas más brillantes de las Grandes Ligas, viajó a Caracas para disfrutar de la Serie del Caribe junto con su esposa Vera. Fue allí donde un taxista local, admirador del jugador, decidido en conocer a su ídolo, se acercó hasta el aeropuerto de Maiquetía para encontrarlo.
El taxista, cuyo nombre se desconoce, luego de dar con la leyenda de los Piratas, ofreció sus servicios a Clemente y su esposa Vera para recorrer la ciudad. El astro boricua, siempre accesible y amable, aceptó encantado la invitación. Durante los días que duró la Serie, ambos compartieron momentos inolvidables, creando un vínculo especial que trascendió las diferencias sociales.
La historia no termina ahí. Al año siguiente, en la Serie del Caribe celebrada en San Juan, Puerto Rico, el taxista y su esposa fueron invitados por Clemente a su hogar. El jugador y su familia los recibieron con los brazos abiertos, demostrando una vez más su generosidad y humildad.
Roberto Clemente fue un ejemplo a seguir tanto dentro como fuera del terreno de juego. Miembro del club de los 3.000 hits, el de Carolina fue admirado por muchas personas, más por su forma de ser, que por su desempeño en las Grandes Ligas. Clemente abandonó repentinamente este mundo, a los 38 años, un 31 de diciembre de 1972, mientras viajaba a Nicaragua para entregar donativos a los afectados por el terremoto.