En una entrevista concedida en septiembre de 2023 al portal oficial de la Orden de San Agustín, el entonces cardenal Robert Prevost, recientemente electo como papa León XIV, sorprendió al revelar una faceta poco conocida de su vida: su pasión por el tenis. Aunque se considera un aficionado, dejó claro que el deporte forma parte importante de su identidad personal, pese a que hace tiempo no puede practicarlo con regularidad.
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La pasión tenística del papa León XIV
“Me gusta el tenis”, afirmó de forma directa en la conversación, en la que también mencionó otras aficiones como leer, caminar y pasar tiempo con amigos. “Me considero un tenista amateur”, explicó el pontífice, revelando su conexión emocional con esta disciplina.
Su amor por el tenis, sin embargo, se ha visto afectado por los compromisos que asumió desde su llegada a Roma. “Desde que vine a Roma, no he tenido la oportunidad de jugar. Ha sido un cambio muy grande en mi vida”, confesó. El papa León XIV residió durante más de dos décadas en Perú, donde se desempeñó como obispo de Chiclayo, una etapa que recuerda con cariño y donde tuvo más oportunidades para practicar este deporte.
Un pontífice cercano y accesible
Prevost no solo habló de tenis en esa entrevista. También dejó ver su estilo pastoral, basado en la humildad, la escucha y la cercanía con la comunidad. “Lo fundamental para todo discípulo de Cristo es la humildad”, dijo, y reiteró que el obispo, más allá de toda función administrativa, debe ser un pastor que proclama a Jesucristo.
Esa forma de liderazgo parece extenderse a su visión del deporte: como una actividad que une, que fomenta valores y que ayuda al equilibrio personal. El ahora papa León XIV dejó claro que el tenis ha sido más que un pasatiempo, representando para él un espacio de recreación saludable y de conexión con los demás.
Aunque hoy sus días están llenos de responsabilidades al frente de la Iglesia católica, su afición por el tenis añade una nota humana y cercana a su figura. Es probable que, cuando el tiempo lo permita, vuelva a empuñar la raqueta, aunque sea como una forma simbólica de mantenerse fiel a sus raíces y pasiones.