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Fórmula 1

Senna e Imola: la última curva

Por Meridiano

Viernes, 02 de julio de 2021 a las 11:38 am

Samuel Aldrey /@SamuelAldrey

 

Imola sinuosa, Imola fatal, Imola trágica. Imola una infernal serpentina de asfalto surgida de las páginas más torvas de las tragedias griegas.

Ayrton Senna se enteró que debía correr bajo la sombra de la muerte el viernes 29 de abril de 1994 por la tarde. Su amigo y compatriota Rubens Barrichello alzó vuelo con su Jordan en la curva llamada “Variante Baja” y solo un milagro (el impacto del bólido fue lateral y la célula de sobrevivencia resistió a la perfección) evitó que se convirtiera en la primera víctima fatal de este horrible fin de semana italiano.

Accidente de Barrichello en San Marino /AP

 

 “Morí durante seis minutos”, dijo Barrichello en una entrevista después. En aquel momento tenía 21 años. Senna estuvo en shock. Se bajó de su auto, rechazó de malos modos a los periodistas y corrió hacia la enfermería para saber el estado de su amigo Rubens.

Cuando retornó a su box, confesó: “Este accidente me golpeó duro, todos nos creen superhombres, pero no se dan cuenta de que tenemos la vida colgando de un hilo”.

Un presagio que le oscureció el rostro. Y ese viernes, cuando volvió a la pista para intentar recuperar la pole-position del Gran Premio de San Marino que le había quitado Michael Schumacher, no lo logró: “Culpa mía, no del auto. Estoy muy angustiado”, reconoció. Un pensamiento que repitió, dicen, en un llamado telefónico que hizo a su novia, la modelo Adriana Galisteu: “Estoy preocupado no soy el de siempre…”.

 

Segundo día del fin de semana 

El sábado 30 de abril,  poco después de las 1:18 PM, debe haber pensado que esa angustia que le oprimía el pecho y la cabeza, no era ni el casco ni los cinturones de seguridad, sino  un llamado de su subconsciente y del instinto de supervivencia. Ayrton circuló por la curva Villeneuve, con su Williams-Renault, esquivando pedazos de carrocería diseminados por todas partes, pocos segundos después del terrible impacto contra el muro del Simtex (una escudería inglesa sin recursos ni experiencia) guiado por el austriaco Roland Ratzenberg.

Su  auto, algunos centenares de metros antes, había perdido el spoiler anterior derecho cuando viajaba, según datos telemétricos de la F1, a 314.9 km/h.

 

Así quedó el bólido del austríaco después del impacto/ Formula 1

 

Pasó lo que siempre pasa en estos casos: desprovisto de toda carga aerodinámica en su tren delantero, el auto había escapado a todo control del piloto. Las llantas perdieron su adherencia al asfalto, por lo cual frenar o doblar era imposible.

El “golpe del látigo”, que destroza las vertebras cervicales, acabó, casi en el acto, la vida de Ratzenberg, cuya cabeza –con el casco dañado-, había quedado reclinada hacia adelante en una posición que vaticinaba lo peor.

Senna circulando por el lugar había visto todo: los médicos que le practicaban al piloto austríaco el masaje cardíaco, la ambulancia parada a pocos metros, la lúgubre sombra de las aletas del helicóptero cercenando el tiempo como un reloj fúnebre.

Volvió a su box lívido, desencajado. Arrojó los guantes y el casco en un rincón, y salió corriendo para la enfermería, donde estaban llevando el cuerpo sin vida del piloto austriaco.

Allí tropezó con el director del cuerpo médico del autódromo, el doctor Giuseppe Piana. Y entendió todo cuando él se limitó a abrir los brazos, en un gesto de impotencia. Ayrton dio media vuelta y, otra vez, corriendo regresó a los pits de Williams.

Su tétrico presagio era una realidad. Encerrado en su caravana le mandó a  decir a Frank Williams, director de la escudería: “Díganle a Frank que no vuelvo a salir para clasificar”.

Fue como si Senna estuviera ya consciente de que estaba marchando hacia una trampa de asfalto mortal e inevitable para quienes, como él y todos los pilotos, son rehenes impotentes del show, del espectáculo, del circo deshumanizado, sin colores, que es la Fórmula 1.

 

Tercer día, no hay más segundero 

La trampa se cerraría, aplastándolo, en la sexta vuelta de la carrera del día siguiente. Fue en la curva del Tamburello, que se hace en sexta velocidad y a más de 280 km/h. En realidad, ya en la largada del Gran Premio había un negro indicio: al Benetton del finlandés  Jerdy Lehto (tercera fila) se le apagó el motor y el portugués Pedro Lamy no pudo evitar que su Lotus le impactase.

Solo por un milagro no hubo un tercer fallecido. Tras ese impacto entró el pace-car, hubo cuatro vueltas a marcha reducida para reducir los escombros.

Senna iba al frente después de la reanudación en la sexta vuelta cuando, inexplicablemente, su Williams no dobló en la curva de Tamburello: siguió de largo y se estrelló contra el muro de cemento externo.

El auto de Senna dio tres giros después del impacto y quedó al borde de la pista /GettyImages

 

No hubo, como en las instancias anteriores, indicios previos de algo catastrófico. Ninguna indicación aerodinámica (Ratzenberg) o un error humano (Barrichello). El testimonio de Schumacher, que lo seguía a cuarenta metros fue el siguiente: “Su Williams estaba nervioso, poco estable, sobre todo en los tramos donde el piso presenta fuertes sinuosidades”.

Justamente esa curva es uno de los lugares con el asfalto más ondulado del circuito. La primera sensación irreparable se vivió cuando el Williams destruido, pero con la célula de supervivencia intacta, fue devuelto a la pista y se vio como Senna estaba inmóvil en el habitáculo, con la cabeza reclinada hacia atrás.

La ambulancia tardó un siglo en llegar, ¡75 segundos! Una eternidad, pero aunque hubieran llegado antes de nada hubiera servido: Senna ya estaba sin vida.

Le efectuaron una traqueotomía de emergencia en el lugar (quedó una mancha de sangre en el sitio donde la hicieron).  Y otra vez el helicóptero y sus aspas giraban como manijas de un reloj que contaba los segundos que para Ayrton ya no existían. Imola fue su última pista y la Tamburello su última curva.

 

 

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