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En la rica y laureada historia de los Yankees de Nueva York, existen momentos que se graban a fuego en la memoria de los fanáticos, tanto por sus triunfos épicos como por sus dolorosas derrotas.
Sin embargo, pocos episodios resultan tan desconcertantes y humillantes como el de la noche del 30 de octubre. En ese fatídico encuentro de la Serie Mundial ante los Dodgers, los Bombarderos del Bronx protagonizaron un colapso defensivo y ofensivo sin precedentes, que los convirtió en el único equipo en las Grandes Ligas en cometer una serie de errores tan catastróficos en un solo compromiso.
Con una ventaja de cinco carreras, los Yankees parecían encaminados a una victoria cómoda. Sin embargo, el destino les tenía preparada una cruel sorpresa. Una combinación de errores defensivos abrió las puertas para que el equipo rival remontara de manera espectacular.
A los errores se sumaron las carreras sucias, producto de jugadas descuidadas y malas decisiones en el campo. La cifra de errores superó la barrera de los tres, un número impensable para un equipo con la experiencia y el talento de los Yankees.
Para completar el cuadro de un juego para el olvido, se sumaron a la lista de desgracias una interferencia del receptor y un balk del pitcher. Estos errores, por lo general aislados y poco frecuentes, se conjugaron en una noche terrible para los Yankees. Los aficionados, atónitos ante lo que estaban presenciando, fueron testigos de un equipo que se desmoronaba de manera inexplicable.
Las consecuencias de este colapso fueron inmediatas y duraderas. La confianza de los jugadores se vio seriamente afectada, y las críticas hacia el cuerpo técnico y la gerencia no se hicieron esperar.