Freddie Freeman regresó a los Dodgers de Los Ángeles ayer luego de un período desgarrador de dos semanas en las que su hijo de 3 años, Maximus, luchó contra un trastorno neurológico poco común. Al llegar al dugout vio camisetas nuevas adornando cada casillero. Eran de color azul Dodger, con el nombre y el número de Freeman en la espalda y la frase "#MaxStrong" estampada en el frente.
NOTAS RELACIONADAS
Momentos después, todos los entrenadores y jugadores de los Dodgers los usaron durante los entrenamientos previos al juego en solidaridad con su primera base estrella y su hijo menor.
"Es la primera vez que lloro hoy", dijo Freeman. "Significa mucho para mí".
Las emociones de Freeman volvieron a aparecer durante una sesión de 30 minutos con los periodistas, en la que detalló el dolor de ver sufrir a su hijo. A Max le diagnosticaron el síndrome de Guillain-Barré , una enfermedad en la que el sistema inmunológico del cuerpo ataca los nervios, lo que provoca debilidad, entumecimiento y, en el caso de Max, parálisis.
Max se despertó el 22 de julio con una leve cojera y cuatro días después sufrió una parálisis total, lo que llevó a Freeman a apresurarse a regresar a casa después de una serie contra los Astros de Houston.
Honor a una estrella
Freeman volvió a la alineación de los Dodgers para el inicio de una serie de tres juegos con los Filis de Filadelfia, jugando en la primera base y bateando tercero. Terminó de 4-1 en la victoria de los Dodgers por 5-3 y fue recibido con una larga ovación de pie antes de su primer turno al bate.
Los Filis se unieron a los aplausos desde su dugout. El reloj de lanzamiento se detuvo cuando salió de la caja de bateo, se quitó el casco y saludó a la multitud, antes de tocarse el pecho con la mano derecha.